Para situarnos en el tema, veamos primero qué se entiende por vejez:
“Según OMS, la edad media se extiende de los 45 a los 59 años, la de las personas de edad avanzada de los 60 a los 74 años, la de los ancianos de 75 hasta los 90 años, considerándose como grandes ancianos a las personas de más de 90 años. En las concepciones médicos –sociales actuales se suele hablar de “tercera edad” a partir de los 65 años, edad de la jubilación y de la “cuarta edad” a partir de los 80 años, pero estas cifras tienen un valor muy relativo, ya que todo depende de los procesos de senectud biológica y psicológica”
“Diccionario de Psicología”
Según la ciencia de la Pedagogía, la vejez es:
“Período de la vida en que el hombre se encuentra en regresión fisiológica, social y psicológica. La civilización multiplica y agrava los problemas de la vida porque da origen a una discordancia entre el alargamiento de la vida logrado por la medicina y las posibilidades de una sociedad necesitada de juventud para alcanzar l adecuado rendimiento.”
García Hoz “Diccionario de Pedagogía.”
Ser viejo no es sinónimo, por tanto, de estar enfermo o de estar necesariamente triste, pero con frecuencia se considera normal un descenso en el estado de ánimo de los ancianos.
Cuando un adulto mayor alcanza la edad de la jubilación concurren dos realidades: Por un lado, se sitúa en la etapa de vejez y, por otro, deja de ser productivo para la sociedad. Ambas circunstancias pueden dejar relegados a los ancianos de la sociedad competitiva en la que vivimos.
Para muchas personas, la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico, que le permite reflexionar o hacer un resumen de lo que se ha vivido hasta el momento; se trataría pues, de un periodo para gozar de los logros personales y contemplar los frutos del trabajo personal.
El envejecimiento como tal, es un proceso que comienza relativamente pronto en la persona, aunque esta realidad no es tenida en cuenta. Requiere una preparación como el resto de etapas vitales: Aceptar que es un ciclo único y exclusivo de uno mismo y que se es responsable de la propia vida para poder sacarle el mejor provecho a esos años, en donde un aspecto crucial es la educación.
Este proceso se torna impreciso, a la vez que dinámico, gradual, natural e inevitable. Las personas se hacen conscientes de él por el reconocimiento de su cuerpo cambiante en el espejo, de la mirada del otro y de la generalizada exclusión de la sociedad por la mala interpretación del proceso productivo.
Dicho proceso, el de la vejez, comienza según muchos autores (Huberman, Levinson, Havighurts, Erikson, Maslow, Medina, entre otros) a los sesenta y cinco años, caracterizándose por un declive gradual en el funcionamiento del organismo, debido, normalmente, al envejecimiento natural de las células del cuerpo. Sin embargo, este declive físico no incide en el resto de capacidades: Físicas, mentales, cognitivas o psíquicas.
La persona que envejece va perdiendo interés vital por los objetos y actividades que le procuran una interacción social, produciéndose una apatía emocional sobre los demás y, al mismo tiempo, dicha persona se encierra en sus propios problemas.
Esta situación de desvinculación obedece, en gran medida, a las actitudes adoptadas por el entorno y que conllevan al aislamiento progresivo del anciano.
Por ello, podemos decir que, como parte del imaginario social y colectivo, circulan una serie de ideas erróneas acerca del envejecimiento, actuando como mitos y prejuicios que perjudican el “buen envejecimiento” y la adecuada inserción del adulto mayor a su medio.
Por ello, podemos decir que, como parte del imaginario social y colectivo, circulan una serie de ideas erróneas acerca del envejecimiento, actuando como mitos y prejuicios que perjudican el “buen envejecimiento” y la adecuada inserción del adulto mayor a su medio.
Estos prejuicios, o ideas negativas sobre dicho proceso, son producto del tipo de sociedad en la que estamos inmersos, donde la productividad y el consumo son los grandes avances tecnológicos y la importancia de los recursos están supeditados a los jóvenes y a los adultos que pertenecen a la vida productiva.
Probablemente y de forma equivocada la sociedad valora todo aquello que le resulta productivo; por ende, las personas mayores, al “no aportar nada” ya que no trabajan, representan una carga (literalmente) para la sociedad; en consecuencia y, exceptuando ciertos sectores, se construye una valoración negativa, desgraciada y poco respetuosa sobre nuestros mayores.
Lo que ahora se valora es la juventud, la belleza, el hedonismo. Nuestra situación actual excluye a los viejos por la edad y su aspecto físico, provocándoles malestar y complicaciones, falta de ilusión, de alegría y ánimo.
Se les “arrincona”, es decir, se les jubila y abandona a su suerte perdiendo, en principio, su poder adquisitivo y, en muchos de los casos, hasta su dignidad, deteriorándose así su calidad de vida.
Se les “arrincona”, es decir, se les jubila y abandona a su suerte perdiendo, en principio, su poder adquisitivo y, en muchos de los casos, hasta su dignidad, deteriorándose así su calidad de vida.
Podemos señalar que la jubilación actúa como barrera: Deja fuera de un círculo imaginario a todos aquellos que han cumplido sesenta o sesenta y cinco años y son más “pasivos” obligándoles a replegarse sobre sí mismos en un reposo forzoso. Es decir, la jubilación es sinónimo de “no productivo” de falta de actividad.
Muchas veces ésta es apreciada como signo de vacío, en el que se deja atrás una etapa productiva que abarca la mayor parte del ciclo vital. Por ello, los jubilados hacen frente a esta nueva situación de diferentes formas: Por un lado, pueden aprender a disfrutar del aumento de su tiempo libre realizando actividades que le sirvan como crecimiento personal o de simple entretenimiento o, por otro lado, angustiarse y estresarse debido a que la persona no se siente preparada y siente que ha perdido su poder adquisitivo y, con él, su autoestima.
Así, resulta evidente que las personas a lo largo de sus vidas, según sus tendencias e intereses, amplíen su círculo de actividades, de manera que al llegar a la vejez, puedan ocupar su tiempo de ocio de manera plena. Es por ello, que la visión positiva de la jubilación implica realizar actividades que, por falta de tiempo, no se pudieron realizar antes: Éstas, ya sean intelectuales, culturales o físicas, retrasan el deterioro mental y anímico que ocurre en el proceso fisiológico del envejecimiento.
El miedo a la vejez tiene que ver con la idea instalada en el imaginario social de “declinación de todas las funciones (física y mentales) y la temible falta de autonomía que lleva implícita la dependencia”.
Sin embargo, estos fantasmas que giran en torno al envejecimiento están basados en los prejuicios imperantes de nuestra sociedad y, en muchas ocasiones, no nos dejan vislumbrar a nuestros mayores como lo que son: El compendio de la memoria de la experiencia y, por tanto, de sabiduría; personas que infundan respeto y afecto por su transmisión de saberes que requieren ser escuchados porque son esas pequeñas cosas las que conforman el devenir de la sociedad.
Un saludo.